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CUENTOS
El águila es el ave de mayor longevidad entre las criaturas de su especie. Vive 70 años. Pero para alcanzar esa edad, al llegar a los 40 debe tomar una seria y difícil decisión; sus uñas están apretadas y flexibles y …………………
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ADIÓS ANTES QUE HOLA
Un bello tilo contemplaba cómo sus congéneres se regocijaban con las flores surgidas de sus ramas una vez al año.
Los otros tilos, viéndolo a él todavía con sus hojas verdes, le preguntaron:
– “¿Por qué tú no tienes flor?”
– “No permito que mis ramas florezcan, pues, a pesar de la hermosura de la flor, de su buen aroma, de la alegría que transmite, a pesar de la dicha de verla nacer y disfrutar de su compañía, y a pesar de que su presencia es un estímulo de vitalidad, sólo surge una, vez al año, dura pocos días, luego desaparece y debes acostumbrarte de nuevo a no tenerla. Es demasiado dura su pérdida”.
Pasaron así los años y el tilo ya moría. Cuando agonizaba, un tilo amigo le dijo:
‑ “¿Cómo ha estado tu vida ahora que haces balance de ella?”
El tilo contestó:
‑ “He vivido bien, he crecido hasta ser dos veces centenario con las ramas y las hojas sanas, y el alimento siempre me llegó puntual. Sólo me ha faltado la felicidad de ver florecer una sola vez mi tronco”.
‑ “¿Cuántos años has vivido?” ‑ le preguntó el tilo amigo.
– “Doscientos dieciocho”.
‑ “Podrías haber sido doscientas dieciocho veces feliz”.
EL ANILLO DE ORO
Un joven acudió a un sabio en busca de ayuda:
– Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar maestro?. ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
El maestro, sin mirarlo, le dijo:
– ¡ Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mis propios problemas. Quizás después… Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
– E… encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas-.
– Bien -asintió el maestro-. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho agregó: Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo para pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo.
En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, así que rechazó la oferta.
Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó.
¡Cuánto hubiese deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro! Podría habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y su ayuda.
– Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir 2 ó 3 monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
– ¡Qué importante lo que dijiste, joven amigo! -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo?. Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
– Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.
– ¿¿¿¿58 monedas???? -exclamó el joven-.
– Sí, -replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé… Si la venta es urgente…
El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
– Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya única y valiosa. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.
EL ELEFANTE ENCADENADO
Cuando era pequeña me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, desde que me enteré, me llamaba la atención el elefante. Durante la función la enorme bestia hacía despliegue de peso, tamaño y fuerza descomunal … pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo
Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir
El misterio es evidente :
¿Qué lo mantiene entonces ?
¿Por qué no huye ?
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía……………………
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EL MEJOR GUERRERO DEL MUNDO
Caucasum era un joven valiente, experto espadachín, que soñaba con convertirse en el mejor guerrero del mundo. En todo el ejército no había quien le venciera en combate, y soñaba con convertirse en el gran general, sucediendo al anciano cobardón que ocupaba el puesto. El rey le apreciaba mucho, pero el día que le contó su sueño de llegar a ser general, le miró con cierto asombro y le dijo:
– Tu deseo es sincero, pero no podrá ser. Aún tienes mucho que aprender.
Aquello fue lo peor que le podía pasar a Caucasum, que se enfureció tanto que abandonó el palacio, decidido a aprender todas las técnicas de lucha existentes. Pasó por todo tipo de gimnasios y escuelas, mejorando su técnica y su fuerza, pero sin aprender nuevos secretos, hasta que un día fue a parar a una escuela muy especial, una gris fortaleza en lo alto una gran montaña. Según le habían contado, era la mejor escuela de guerreros del mundo, y sólo admitían unos pocos alumnos. Por el camino se enteró de que el viejo general había estudiado allí y marchó decidido a ser aceptado y aprender los grandes secretos de la guerra.
Antes de entrar en la fortaleza le obligaron a abandonar todas sus armas. “No las necesitarás más. Aquí recibirás otras mejores”. Caucasum, ilusionado, se desprendió de sus armas, que fueron arrojadas inmediatamente a un foso por un hombrecillo gris. Uno de los instructores, un anciano serio y poco hablador, acompañó al guerrero a su habitación, y se despidió diciendo “en 100 días comenzará el entrenamiento”.
¡100 días! Al principio pensó que era una broma, pero pudo comprobar que no era así. Los primeros días estaba histérico y nervioso, e hizo toda clase de tonterías para conseguir adelantar el entrenamiento. Pero no lo consiguió, y terminó esperando pacientemente, disfrutando de cada uno de los días. El día 101 tuvieron la primera sesión. “Ya has aprendido a manejar tu primera arma: la Paciencia”, comenzó el viejo maestro. Caucasum no se lo podía creer, y soltó una breve risa. Pero el anciano le hizo recordar todas las estupideces que había llegado a hacer mientras estaba poseido por la impaciencia, y tuvo que darle la razón. “Ahora toca aprender a triunfar cada batalla”. Aquello le sonó muy bien a Caucasum, hasta que se encontró atado a una silla de pies y manos, subido en un pequeño pedestal, con decenas de aldeanos trepando para tratar de darle una paliza. Tenía poco tiempo para actuar, pero las cuerdas estaban bien atadas y no pudo zafarse. Cuando le alcanzaron, le apalearon.
El mismo ejercicio se repitió durante días, y Caucasum se convenció de que debía intentar cosas nuevas. Siguió fallando muchas veces, hasta que cayó en la cuenta de que la única forma de frenar el ataque era acabar con la ira de los aldeanos. Los días siguientes no dejó de hablarles, hasta que consiguió convencerles de que no era ninguna amenaza, sino un amigo. Finalmente, fue tan persuasivo, que ellos mismos le libraron de sus ataduras, y trabaron tal amistad que se ofrecieron para vengar sus palizas contra el maestro. Era el día 202.
-“Ya controlas el arma más poderosa, la Palabra, pues lo que no pudieron conseguir ni tu fuerza ni tu espada, lo consiguió tu lengua”.
Caucasum estuvo de acuerdo, y se preparó para seguir su entrenamiento.
“Esta es la parte más importante de todas. Aquí te enfrentarás a los demás alumnos”. El maestro le acompaño a una sala donde esperaban otros 7 guerreros. Todos parecían fuertes, valientes y fieros, como el propio Caucasum, pero en todos ellos se distinguía también la sabiduría de las dos primeras lecciones. “Aquí lucharéis todos contra todos, triunfará quien pueda terminar en pie”. Y así, cada mañana se enfrentaban los 7 guerreros. Todos desarmados, todos sabios, llamaban al grupo de fieles aldeanos que conquistaron en sus segundas pruebas, y trataban de influir sobre el resto, principalmente con la palabra y haciendo un gran uso de la paciencia. Todos urdían engaños para atacar a los demás cuando menos lo esperasen, y sin llegar ellos mismos a lanzar un golpe, dirigían una feroz batalla… Pero los días pasaban, y Caucasum se daba cuenta de que sus fuerzas se debilitaban, y sus aldeanos también. Entonces cambió de estrategia. Con su habilidad de palabra, renunció a la lucha, y se propuso utilizar sus aldeanos y sus fuerzas en ayudar a los demás a reponerse. Los demás agradecieron perder un enemigo que además se brindaba a ayudarles, y recrudecieron sus combates. Mientras, cada vez más aldeanos se unían al grupo de Caucasum, hasta que finalmente, uno de los 7, llamado Tronor, consiguió triunfar sobre el resto. Tan sólo habían resistido unos pocos aldeanos junto a él. Cuando terminó y se disponía a salir triunfante, el maestro se lo impidió diciendo: “no, sólo uno puede quedar en pie”.
Tronor se dirigió con gesto amenazante hacia Caucasum, pero éste, adelantándose, dijo:
– ¿De veras quieres luchar?. ¿No ves que somos 50 veces más numerosos? Estos hombres lo entregarán todo por mi, les he permitido vivir libres y en paz, no tienes ninguna opción.
Cuando dijo esto, los pocos que quedaban junto a Tronor se pusieron del lado de Caucasum. ¡Había vencido!
El maestro entró entonces con una sonrisa de oreja a oreja: “de todas las grandes armas, la Paz es la que más me gusta. Todos se ponen de su lado tarde o temprano”. El joven guerrero sonrió. Verdaderamente, en aquella escuela había conocido armas mucho más poderosas que todas las anteriores. Días después se despidió dando las gracias a su maestro, y volvió a palacio, dispuesto a disculparse ante el rey por su osadía. Cuando este le vio acercarse tranquilamente, sin escudos ni armas, sonriendo sabia y confiadamente, le saludó:
- ¿que hay de nuevo, General?
EL PAÍS DE LAS CUCHARAS LARGAS
Aquel señor había viajado mucho. A lo largo de su vida, había visitado cientos de países, reales e imaginarios…
Uno de los viajes que más recordaba era su corta visita al País de las Cucharas Largas. Había llegado a la frontera por casualidad. En el camino de Uvilandia, Parais, había un pequeño desvío hacia el mencionado país, y, explorador como era, tomó el desvío. El sinuoso camino terminaba en una sola casa enorme. Al acercarse, notó que la mansión parecía dividirse en dos pabellones: un ala oeste y un ala Este
Estacionó el auto y se acercó a la casa. En la puerta, un cartel anunciaba: “País de las cucharas largas. Este pequeño país consta sólo de dos habitaciones, llamadas NEGRA Y BLANCA. Para recorrerlo, debe avanzar por el pasillo hasta que éste se divide, doblar a la derecha si quiere visitar la habitación negra, y a la izquierda si quiere visitar la habitación blanca”.
El hombre avanzó por el pasillo y el azar lo hizo doblar primero a la derecha. Un nuevo corredor de unos cincuenta metros terminaba en una puerta enorme. Desde los primeros pasos por el pasillo, empezó a escuchar los ayes y quejidos que venían de la habitación negra. Por un momento, las exclamaciones de dolor y sufrimiento lo hicieron dudar, pero siguió adelante. Llegó a la puerta, la abrió y entró. Sentados alrededor de una mesa enorme, había cientos de personas. En el centro estaban los manjares más exquisitos que cualquiera podría imaginar y, aunque todos tenían una larga cuchara con la alcanzaban incluso el plato central, se estaban muriendo de hambre. El motivo era que las cucharas tenían el doble del largo de su brazo y estaban fijadas a sus manos. De ese modo, todos podían servirse, pero nadie podía llevarse el alimento a la boca. La situación era tan desesperante y los gritos tan desgarradores, que el hombre dio media vuelta y salió casi huyendo del salón.
Volvió al hall central y tomó el pasillo de la izquierda, que iba a la habitación blanca. Un corredor igual al otro terminaba en una puerta similar. La única diferencia, que en el camino no había quejidos ni lamentos. Al llegar a la puerta, el explorador giró el picaporte y entró al cuarto. Cientos de personas estaban también sentados en una mesa igual a la de la habitación negra. También en el centro había manjares exquisitos. También cada persona tenía fijada una cuchara larga a su mano… Pero nadie se lamentaba ni se quejaba. Nadie estaba muriendo de hambre, ¡sino que daban de comer los unos a los otros!
El hombre sonrió, se dio media vuelta y salió de la habitación blanca. Cuando escuchó el “clic” de la puerta que se cerraba, se encontró de pronto y misteriosamente, en su propio auto, manejando camino a Uvilandia, Parais,…
Recuentos para Demian
Jorge Bucay
PARÁBOLA:
EL PAÍS DE LOS POZOS
SITUACIÓN.
Era el país de los pozos. Los había grandes, pequeños, feos, hermosos, ricos, pobres… Alrededor de los pozos apenas se veía vegetación; la tierra estaba reseca.
Los pozos hablaban entre sí, pero a distancia; en realidad, lo único que hablaba era el brocal. Y daba la impresión de que, al hablar, sonaba a hueco. Como el brocal estaba hueco, en los pozos se producía una sensación de vacío, vértigo, ansiedad… Cada uno tendía a llenarlo como podía: con cosas, ruidos, sensaciones raras,… continuamente estaban llenando el brocal de cosas nuevas, diferentes… Y quien más tenía era más respetado y admirado…
Pero, en el fondo, no estaban nunca a gusto con lo que tenían. El brocal estaba siempre reseco sediento… Bueno, si: la mayoría, a través de los entresijos que dejaban las cosas, percibían en su interior algo misterioso…, sus dedos rozaban en ocasiones el agua del fondo.
También se hablaba –en la superficie- de aquellas “experiencias profundas” que muchos sentían… Pero había quien se reía, bastantes, y decían que todo eso eran
ilusiones…; que no había más realidad que el brocal y las cosas que entraban en el hueco.
CAMBIO.
Pero hubo alguno que empezó a mirar hacia dentro… Como las cosas que había ido acumulando le molestaban, prefirió librarse de ellas, y las arrojó fuera de sí. Y el ruido lo fue eliminando, hasta quedarse en silencio. Entonces, en el silencio del brocal, oyó burbujear el agua allá abajo… y sintió una paz enorme, una paz viva, que venía de la profundidad. Hasta entonces había creído que el ser pozo era el tener un gran brocal, muy rico y adornado, bien lleno de cosas. Feliz por su descubrimiento, intentó comunicarlo, y comenzó a sacar agua de su interior, y el agua, al salir fuera, refrescaba la tierra, y la hacía fértil y pronto brotaron las flores alrededor del pozo.
La noticia cundió enseguida. Las reacciones fueron muy variadas… Y la mayoría optó por no hacer caso, pues la verdad es que estaban muy ocupados rellenando de cosas el brocal. Sin embargo, algunos intentaron la experiencia, y, tras liberarse de las cosas que les rellenaban, encontraron también el agua en su interior.
Comprobaron que, por más agua que sacaban de su interior para esparcirla en torno suyo, no se vaciaban, sino que se sentían más frescos, renovados…
NUEVOS DESCUBRIMIENTOS.
Al seguir profundizando en su interior, descubrieron que todos los pozos estaban unidos por aquello mismo que era su razón de ser: el agua. Así comenzó una comunicación “a fondo” entre ellos, porque las paredes del pozo dejaron de ser limites infranqueables. Se comunicaban “en profundidad”, sin importarles cómo era el brocal de uno o de otro, ya que eso era superficial y no influía en lo que había en el fondo.
Pero el descubrimiento más sensacional vino después, cuando los pozos que ya vivían en su profundidad llegaron a la conclusión de que el agua que les daba la vida no nacía allí mismo, en cada uno, sino que venía para todos de un mismo lugar… y bucearon siguiendo la corriente de agua… Y descubrieron… ¡el manantial!
El manantial estaba allá lejos: en la gran Montaña que dominaba el País de los Pozos, que apenas nadie percibía su presencia, pero que estaba allí, majestuosa, serena, pacífica… y con el secreto de la vida en su interior. Los pozos habían estado muy ocupados en adornar su brocal, y apenas se habían molestado en mirar a la montaña.
CONCLUSIÓN.
Desde entonces, los pozos que habían descubierto su ser, se esforzaban en agrandar su interior y aumentar su profundidad, para que el manantial pudiera llegar con
facilidad hasta ellos…
Y el agua que sacaban de sí mismos hacía que la tierra fuera embelleciendo, y transformaban el paisaje…
Mientras, allá fuera, en la superficie, la mayoría seguían ocupados en ampliar su brocal y en tener cada vez más cosas…
EL VERDADERO VALOR DEL ANILLO
— “Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada: me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonta. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?”
El maestro, sin mirarla, le dijo:
— “Cuánto lo siento, muchacha, no puedo ayudarle, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después…” — y haciendo una pausa agregó: — “Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar”.
— “Eh…encantada, maestro” —titubeó la joven pero sintió que otra vez era desvalorizada y sus necesidades postergadas.
— “Bien” — asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y, dándoselo a la muchacha, agregó: — “Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete antes y regresa con esa moneda de oro lo más rápido que puedas”.
La joven tomó el anillo y partió.
Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Éstos lo miraban con algún interés, hasta que la joven decía lo que pretendía por el anillo.
Cuando la joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregar a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero la joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta.
Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado — más de cien personas — y, abatida por su fracaso, montó su caballo y regresó.
Cuánto hubiera deseado la joven tener ella misma esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.
Entró en la habitación.
—“Maestro” — dijo — “lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto al verdadero valor del anillo”.
— “Qué importante lo que dijiste, joven amiga” — contestó sonriente el maestro — “Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él puede saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo”.
La joven volvió a cabalgar.
El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
— “Dile al maestro, muchacha, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo”.
— “¡¡58 monedas!!”— exclamó la joven.
— “Sí” — replicó el joyero — “Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé… Si la venta es urgente…”
La joven corrió emocionada a casa del maestro a contarle lo sucedido.
— “Siéntate”, —dijo el maestro después de escucharla—. “Tú eres como este anillo: una joya valiosa y única. Y, como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?”
Y, diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.
LA HERIDA
Un pequeño ciervo se clavó una espina entre la piel y la pezuña.
No se detuvo a inspeccionar la herida, aunque la causaba dolor al caminar, pues la manada lo esperaba; ni aguardó a que salieran a buscarlo, porque su obligación era llegar, y tampoco gritó, por no parecer débil.
Siguió adelante, pero no por el camino habitual, donde solía encontrar a una gacela amiga que podría haberlo socorrido, pues era abrupto y estaba lleno de matorrales, donde, a pesar de que podía sentarse, había otras espinas, y por eso recorrió una senda más umbrosa, solitaria y larga, pero con menos piedras.
No paró a tomar aliento para no perder el tiempo, ni bebió del arroyo, pues surgía entre riscos puntiagudos. No dejó huellas que podrían haber avisado a los de su manada, para no descubrir su pata renqueante a los lobos, y evitó el diálogo con un pájaro conocido, para que no alertara a sus competidores.
Cuando llegó donde la manada, exhausto, desfallecido y con fiebre, la herida era incurable y el pequeño ciervo quedó cojo.
Al cabo del tiempo se encontró con un corzo amigo, quien, compasivo, le preguntó:
- ¿Qué te pasó?
- Que necesité ayuda y estaba solo.
LA HERIDA – 2
Un pequeño ciervo se clavó una espina entre la piel y la pezuña.
No se paró a revisar la herida, aunque le causaba dolor al caminar, pues la manada lo esperaba; ni esperó a que salieran a buscarlo, porque su obligación era llegar, y tampoco gritó, por no parecer débil.
Siguió adelante, pero no por el camino que conocía, donde
solía encontrar a una gacela amiga que podría haberlo ayudado, pues era empinado y estaba lleno de matorrales, donde, a pesar de que podía sentarse, había otras espinas, y por eso recorrió una senda más oscura, solitaria y larga, pero con menos piedras.
No paró a tomar aliento para no perder el tiempo, ni bebió del arroyo, pues estaba entre picos puntiagudos. No dejó huellas que podrían haber avisado a los de su manada, para no descubrir su pata herida a los lobos, y evitó hablar con un pájaro conocido, para que no avisara a sus competidores.
Cuando llegó a la manada, cansado, enfermo y con fiebre, la herida era incurable y el pequeño ciervo quedó cojo.
Al cabo del tiempo se encontró con un corzo amigo, quien, con compasión, le preguntó:
- ¿Qué te pasó?
- Que necesité ayuda y no la pedí.
NADIE NACE MAESTRO
Un mago exhibió su arte en la corte del sultán y entusiasmó a los espectadores. El mismísimo sultán estaba admirado: “¡Dios nos asista! ¡Qué milagro, qué genio!”
El visir le hizo la siguiente reflexión : “Majestad, nadie nace maestro. El arte del mago es el resultado de su constante ejercitar”. El sultán arrugó la frente, el comentario del visir le había disminuido el disfrute del artístico juego de magia.
“¿Cómo puedes asegurar que tales habilidades se adquieren con el ejercicio? ¡O se tiene talento innato o no se tiene!” Miró despectivamente a su visir y le gritó : “¡Y el que desde luego no lo tiene eres tú ! ¡Al calabozo !. Allí podrás pensar en mis palabras. Y para que no estés tan solo y te haga compañía uno de los tuyos, recibirás como compañero un ternero”.
Desde el primer día de su encierro el visir se ejercitó en levantar el animal a pulso y subirlo por las escaleras de la torre del calabozo. Los meses pasaron. El ternero se transformó en un corpulento toro ; y, con el ejercicio diario, crecían las fuerzas del visir. Un día el sultán se acordó de su prisionero y lo hizo traer ante sí. Al verlo se quedó asombrado : “¡Dios mío ! ¡Qué milagro, qué genio!”
El visir, que portaba el toro en sus brazos, le respondió con las mismas palabras que antes : “Majestad, nadie nace maestro. Este animal es el que tú graciosamente me diste por compañero. Mi fuerza actual es el resultado de mi constancia y mi ejercicio”.
Tod@s tenemos grietas
Un cargador de agua de la India tenía dos grandes vasijas que colgaba a los extremos de un palo y que llevaba encima de sus hombros. Una de las vasijas tenía varias grietas, mientras que la otra era perfecta y conservaba toda el agua al final del largo camino a pie, desde el arroyo hasta la casa de su patrón, pero, cuando llegaba, la vasija rota sólo tenía la mitad del agua. Durante dos años completos esto fue así diariamente, desde luego la vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros, pues se sabía perfecta para los fines para los que fue creada. Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable porque sólo podía hacer la mitad de todo lo que se suponía que era su obligación. Después de dos años, la tinaja quebrada le habló al aguador diciéndole:
– “Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mis grietas sólo puedes entregar la mitad de mi carga y sólo obtienes la mitad del valor que deberías recibir”.
El aguador apesadumbrado, le dijo compasivamente:
– “Cuando regresemos a la casa quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino”.
Así lo hizo la tinaja. Y, en efecto, vio muchísimas flores hermosas todo a lo largo del camino, pero de todos modos se sintió apenada porque al llegar, sólo quedaba dentro de sí la mitad del agua que debía llevar. El aguador le dijo entonces:
– “¿Te diste cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino? Siempre he sabido de tus grietas y sembré semillas de flores a todo lo largo del camino por donde vas y todos los días las has regado y por dos años yo he podido recoger estas flores para decorar el altar de mi Maestro. Si no fueras exactamente como eres, con todo y tus defectos, no hubiera sido posible crear esta belleza”.